3.9.11

El tragadero

tragadero

José Villanueva Díaz


Siempre que nos ocupamos de Tacabamba, tenemos que resaltar su belleza natural, donde viven mujeres bonitas como las flores de sus jardines y hombres amables y laboriosos que se complacen en saludar brindar atenciones a quienes los visitan.

Dentro de las fiestas importantes que ce­lebran los pueblos cajamarquinos en el nor­te del país, figuran la que se realiza en ho­menaje al Señor de la Misericordia, patrón del centenario distrito que tiene su día cen­tral el 14 de setiembre, caracterizada por el reencuentro familiar, solemnes procesiones acompañadas por sus santos varones, bai­les y noches de pirotecnia. Las peleas de gallos, presentación de caballos de paso son otros de sus atractivos, sin que falten las corridas de toros que se realizan en su moderna plaza.

Años atrás, el viaje de Chota a Tacabamba se hacía a pie, o utilizando cabalgaduras por caminos de herradura peligrosos y accidentados. Es de advertir que recién el 11 de setiembre de 1965 llegaron los prime­ros carros a Tacabamba, causando gran alborozo en la ciudad y el campo.

Antes de la fecha indicada los tacabam­binos que estudiaban en el centenario cole­gio "San Juan" de Chota, aprovechaban cualquier fiesta o fin de semana para darse un saltito a su pueblo y reunirse con sus se­res queridos. El entusiasmo era tan grande que salían corriendo entre gallos y media­noche, incluso vistiendo el uniforme sanjua­nista. ¡Qué bárbaros para caminar! El viaje lo hacían en patota o acompañados por ami­gos que eran invitados, recorriendo hasta siete horas de camino.

En la fiesta del Señor de la Misericordia, casi todos los estudiantes se "barrían" a su tierra y el estricto regente sanjuanista Antenor Tantaleán, que conocía el motivo les perdonaba faltas y tardanzas.

Para agradarlo al regreso le traían sus “rallaos”, limas y no faltaba alguien que le obsequiaba un gallo de pelea conociendo la afición del desaparecido y recordado regente.

Por su parte el regreso lo hacían montan­do briosos caballos y con las alforjas llenas de frutas, dulces lugareños y las "secre­teras" llenas de chivilines que les servía para solucionar compromisos estudiantiles.

Durante la larga caminata había que sortear ríos, quebradas y hasta soportar lluvias torrenciales en medio de relám­pagos y truenos. El "atolladero" de los caminos y las graditas que hacían las acé­milas al subir y bajar con sus pósitos de agua dificultaban más el viaje.

La montaña de la Palma era temida por colegiales, arrieros y tanta gente pasaba por allí. Cuando llovía daba miedo v toda la zona se oscurecía. El silencio sepulcral sólo se interrumpía por el canto de una ave ex­traña, poniendo los pelos de punta. En es­tas circunstancias había que acelerar la mar­cha porque a un costado del camino se en­cuentra el temible "tragadero", alrededor del cual todavía se cuentan pasajes es­calofriantes "Achichin, se decía que por allí los abigeos y bandoleros los "pishtaban' a uno, sólo por el fiambre "shuldún" lo arrojaban al boquerón y ni de "vainas" se volvía a saber más de él.

En alguna oportunidad conocimos esa rareza de la naturaleza y la curiosidad nos hizo arrojar piedras y la verdad que no se escuchaba ningún ruido a su caída.

Conforme han transcurrido los años la carretera y el movimiento diario de vehícu­los ha superado los ajetreos del viaje de tiempos ya pasados. Nosotros a través de esta nota, evocamos el recuerdo de momen­tos estudiantiles como seguramente lo ha­cen los sanjuanistas tacabambinos de enton­ces y para quienes va nuestro saludo y re­cordación, así como al pintoresco pueblo tacabambino que acaba de celebrar con éxi­to su fiesta patronal.

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