23.2.11

Recordando al cónsul chotano: Augusto Gasco

 

Hernán Gálvez Coronado

 

 

   BAMBAS 430... Para quienes superamos los cuarenta abriles, “Bambas 430” fue el lugar de remembranzas. ¿Quién no dejó en el terruño esta dirección, como único nexo de la heroica aventura capitalina? ¿Quién no recibió allí cartas entrañables, encomiendas esperadas? Era ¡nuestro CONSULADO! Su propietario era un robusto chotano, de risa fácil y emotiva, hombre feliz y excelente conversador. Sastre de elegante corte y puntada fina. ¿Qué chotano no estrenó terno confeccionado por sus habilidosas manos?, pagados en comodísimas cuotas, que por ser tales a veces quedaron sin cancelar.

   ¡El Consulado! Rincón de reencuentros y noticias. De adolescentes afanosos en pos del esquivo ingreso. De tenaces estudiantes, haciéndole pelea a la vida. De viejos y jóvenes ávidos de provincianismo. Sus inacabables sesiones se encandilaron con la primicia oportuna, el dato humano, el chisme pícaro y alturado, la broma fácil y juguetona, la discusión política variopinta y apasionada que ¡zas! tumbaba o encumbraba demagogos. Era nuestro paño de lágrimas y también un poco el lejano hogar.

   La cálida amplitud de sus afectos nos permitió tener un rincón fraterno, una mesa oportuna, un brindis generoso y, por qué no decirlo, unos cobres cuando la situación apremiaba. En esencia, “el consulado” era un pedacito de Chota para esta ciudad que aplasta al bajadito. A su abrigo celebramos triunfos o escuchamos consuelo. Sus jolgorios fueron de cara al optimismo, carcajada a la vida, pretexto a la alegría. A su entorno disipamos diferencias para ungirnos solidarios en nuestro irrenunciable chotanismo.

   He vuelto a Lima después de muchos años. Un sentimiento evocador me lleva hasta Bambas 430. Tenía remota esperanza en tropezar con la citadina plancha a carbón bostezando brazas. Encontrar coprovincianos celebrando el último chiste.

   ¡No están más!

   Un feo edificio color invierno ha sustituido al viejo Consulado. Indago entre el vecindario por nuestro añorado cónsul, don Augusto Gasco. Nadie me da una noticia. Al fin una amable viejecita lo recuerda y hace gratas reminiscencias, tiene no obstante malas noticias: no sabe dónde se mudó don Augusto Gasco después del desalojo judicial. Me desconcierto, espero sin embargo obtener noticias suyas en la Agencia Atahualpa, frecuentada por paisanos. Recurro a dos jóvenes chotanos, que displicentes, se extrañan: ¿Augusto Gasco? ... ¡No lo conocemos! ...Insisto y les aclaro, irreverente, (por darles una pista): ¡El Buey Gasco! Pero es inútil; ellos me responden: ¡Quién será el Buey Gasco!, y riendo se alejan sin ningún interés. Intento detenerlos… gritarles, explicarles quién es este legendario señor; encararles, porque quizás sus padres tuvieron la hospitalidad de este hombre sencillo que acogió a los chotanos con desinteresada devoción

   Demasiado tarde.

   Discúlpeme don Augusto. Me he dejado ganar por la nostalgia. No creí que el tiempo fuese tan cruel.

   En estas líneas hay una lágrima escondida por todos los que le olvidamos.

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