21.2.12

Batallas de San Juan y Miraflores. Sangre chotana defendiendo la capital del Perú

Segundo Rojas Gasco

 

 

 

 

Segundo Rojas Gasco




En el calendario cívico de nuestra patria existen dos fechas que debemos recordar con mucha devoción, en grado tal que ese sentimiento nos conduzca a un análisis crítico de los acontecimientos que en ellas se levaron a cabo. Me refiero al 13 y 15 de enero, días en los que se realizaron las batallas de San Juan y Miraflores, entre peruanos y chilenos, el año 1881.

Acciones bélicas que los historiadores las han denominado La Defensa de Lima; concepto que resume las acciones militares de los chilenos de invadir sin dar cuartel la ciudad de Lima y de los peruanos de defenderla heroicamente aun a costa de la sublime entrega de su sangre y sus vidas.

Los chilenos, triunfantes en las campañas del sur (San Francisco, Tarapacá, Tacna, Arica y Angamos), habían adelantado su poderosa armada frente a las costas de Lima, y, su bien entrenado y equipado ejército se acercaba por tierra a la ciudad capital.

El ejército chileno era superior al nuestro tanto en número de combatientes como en cantidad y calidad de pertrechos de guerra, así como en la capacidad combativa de sus soldados, quienes llevaban ya algunos años de preparación. En su línea total de combate los chilenos tenían en Lima 38,000 soldados, mientras que los peruanos sólo 18,000.

El Director General de la Guerra fue el dictador Nicolás de Piérola, que asumió la presidencia de la República mediante un golpe de estado en diciembre de 1879. Piérola no sólo desconocía por completo la ciencia militar sino que además rehusaba el asesoramiento de oficiales que estaban bien capacitados y tenían vasta experiencia de combate. Era, pues, un dictador de guerra. En esas condiciones, con esa calidad de Director General de Guerra, cómo íbamos a obtener la victoria.

Entre sus nefastas órdenes se encuentra la desactivación de batallones, cuyos efectivos fueron pasados a otras unidades sin ningún criterio estratégico. Uno de ellos fue el Batallón Chota. Algo más: cambió a los jefes de batallones y los reemplazó por civiles – amigos suyos -, dándoles el grado de coroneles. Su insensatez llegaba hasta el extremo de que, mientras los chilenos se acercaban a la capital, él se la pasaba presidiendo desfiles de los batallones de la guarnición de Lima, en los que se presentaba con uniforme militar. Poco le importó el apoyo a las fuerzas armadas que se encontraban en plena organización de la Defensa de Lima. Con estas medidas cómo íbamos a ganar la victoria. Desde luego, esta conducta del dictador, fue uno de los tantos motivos por lo que se perdió la guerra.

Transcribimos una parte del documento llamado MEA CULPA -que viene al caso, pues es muy esclarecedor de cuanto estamos afirmando- del general Pedro Silva que fue el Jefe del Estado Mayor General del Ejército Peruano de 1881, publicado en el libro “Batalla de San Juan II Parte”; páginas 125 y 126, del destacado historiador Eduardo Congrains Martín.


Ante todo debo hacer constar dos circunstancias que no deben pasar desapercibidas. Es la primera que la contienda que iba a empeñarse revestía un carácter esencialmente defensivo. Al menos el estado mayor general no recibió durante la campaña orden alguna que le hiciera comprender lo contrario. La misión del ejército estribaba, pues, en hacer que las posiciones en que éste se había situado, fuesen a todo trance defendidas y sostenidas.

El estado mayor general debe orientar, recomendar aquellas acciones militares que sean más compatibles para la suerte de sus armas, pero nunca debe ser silente cómplice de las incoherentes y cuasi suicidas órdenes de un civil que por enfundarse con botas prusianas y llamativos kepíes se creyó conocedor del arte militar. Si Ud., general Silva, aceptó dicha imposición y avaló las órdenes de tal personaje fue no sólo cómplice suyo sino tanto o más culpable que quien por incapacidad mental jugaba a ser lo que no era ni podía ser jamás: soldado de honor.


Así y todo, en la Batalla de San Juan los peruanos dieron muestras de su arrojo y valor indomables por defender la ciudad capital del Perú.

En el libro citado líneas arriba, páginas 137 y 138, se publica lo que escribió en su Diario de Campaña, un oficial chileno, don Alberto del Solar:


El combate se había generalizado ya por toda nuestra línea de batalla, y en esa forma duró más de una hora, al cabo de la cual, a las siete de la mañana, más o menos, llegamos al pie mismo de uno de los fuertes del camino de San Juan, lo hallamos defendido por dos hileras de sacos de arena, delante de los cuales había una extensa y profunda zanja, que nos fue preciso salvar previamente a tiros y luego a bayoneta. Cruzado el foso y asaltadas las trincheras donde perecieron muchísimos de nuestros soldados, bajo el mortífero fuego que les hacía, al amparo de tales defensas, empezamos a atacar el propio fuerte, escalándolo furiosamente.

Allá se trabó el más horrible de los combates. Los peruanos nos presentaban el pecho desnudo por primera vez y en su resistencia desesperada peleaban como tigres: hay que reconocerlo.


Ya en lo que se refiere a la batalla de Miraflores transcribimos la apreciación del escritor peruano Víctor Mantilla, publicado en su obra “Nuestros Héroes”, páginas 61 y 62, en los que se muestra de modo descarnado la sevicia con que actuaron los chilenos, y la valentía casi demente de los peruanos al defender a su patria.


La derrota se había pronunciado en Miraflores. Atacada por fuerzas superiores, la Reserva cedió, retrocedió deshecha, dejando en el campo innumerables cadáveres sobre los cuales, invisible, el espíritu de la patria pasó besando las frentes pálidas y pasó también refrescando la fiebre de los heridos que procuraban, arrastrándose, hallar junto a la tapia desmoronada, en la zanja escondida, al pie del árbol corpulento, entre el arbusto espinoso, medio de escapar a la furia salvaje del enemigo que manchaba su victoria con el asesinato de los indefensos, de los vencidos a quienes la retirada era imposible, con el cráneo destrozado, la pierna rota, el brazo inhábil y el pecho atravesado por el plomo terrible de los rifles.

Por la ancha carretera que conduce a la capital, avanzan en grupos o dispersos los milicianos de la Reserva, con la precipitación de los que tienen la muerte a la espalda. Unos llevan sus armas, otros las han arrojado. Algunos jefes procuran poner orden en la marcha, pero es imposible. El camino iba sembrándose de objetos diversos: gorras, chaquetas, cantimploras, correas, hatillos, ollas; todo lo cual parecía haber brotado como por encanto del suelo. Furgones atestados de heridos son pesadamente arrastrados por mulas fatigadas, y empujados, levantados, cuando las ruedas se han hundido en el lodazal o en el surco que corta transversalmente la vía. En una camilla, que sostienen cuatro fieles soldados, va un jefe cubierto con una manta. Se escuchan gemidos, voces fuertes y rápidas imprecaciones. Los que se detienen extenuados por la fatiga, llaman en vano, no hay quien los auxilie. Un caballo sin jinete que viene del campo, cae entre los hombres que desfilan, las patas al aire, el vientre abierto, del cual se escapan las tripas bañadas en sangre. De pronto pasa como un relámpago, a rienda suelta, un pelotón de caballería y se esfuma a la distancia entre una nube de polvo. Le sigue a un trote pesado, vacilante, una compañía de infantes con su oficial a la cabeza: son los disciplinados que ni en la derrota olvidan la costumbre de la obediencia. En medio de ese cuadro se agita una que otra mujer, compañera del veterano, que se lleva alguna prenda del muerto para llorar sobre ella, allá en solitario rincón de la nativa sierra. De izquierda a derecha, a pie y a caballo, alcanzan el camino los dispersos y pronto se forma un cordón interminable de gente, que avanza y avanza, mientras las primeras sombras de la noche, van descendiendo lentamente, como para ocultar a la mirada de los dioses la tristeza y el estrago de las luchas sangrientas de los hombres.


Ahora bien, Chota, como es de suponer, con la bravura que es propia de los chotanos, contribuyó en la Defensa de Lima con el Batallón Chota Nº 7 cuyo efectivo fue de 320 combatientes organizados en una Plana Mayor y 6 compañías. El batallón partió de Chota a pie hasta Trujillo, ciudad a la que llegó a mediados de mayo 1879. De allí fue embarcado por mar, llegando a Lima los primeros días de junio de 1879. La misión del Batallón Chota fue en primer término defender la ciudad de Lima ante la inminente invasión chilena, y, posteriormente, combatir a las fuerzas chilenas en todos los teatros de operaciones que se presentaran, misión que la cumplió totalmente, combatiendo en San Juan, Miraflores, San Pablo, Chiclayo, y El Cárcamo. En esta última batalla los chotanos salieron triunfantes, derrotando a un batallón chileno de 400 hombres.

Una vez establecido el Batallón Chota en Lima, el Comando General del Ejército le asignó 7 instructores, uno como jefe de instructores y los seis restantes uno por cada compañía, (un coronel, 3 tenientes coroneles, un mayor y dos capitanes), quienes impartieron una instrucción de combate intensiva a la tropa, de tal manera que el mes de agosto de 1879, el Batallón Chota desempeñaba servicios de guarnición en Lima y Callao. El Batallón Chota estaba pues, bien capacitado y en condiciones óptimas de entrar en acción de combate en todo terreno.

Pero, sucedió algo inesperado que cambió todo el futuro del Batallón. El hecho es que a fines de 1879, Nicolás de Piérola, mediante un golpe de estado, asume la presidencia del Perú, apoyado por varios jefes militares, entre ellos el general Miguel Iglesias, a quien lo nombró su ministro de guerra. Y este, Miguel Iglesias, era enemigo político de Marcos Tapia y Manuel José Becerra que comandaban el Batallón Chota, desde el año 1872, año en que asume la presidencia del Perú Manuel Pardo. Entonces en Chota se formaron dos agrupaciones: por un lado, los que estaban con Manuel Pardo, cuyos dirigentes eran Marcos Tapia y Manuel Becerra, y por el otro, los que apoyaban a Piérola, cuyo dirigente era Miguel Iglesias. Entre ambas agrupaciones antagónicas se produjeron varios choques armados con muchos heridos.

De modo que, al desempeñar el cargo de Ministro de Guerra, lo primero que hizo Miguel Iglesias como una venganza contra sus opositores fue, DESACTIVAR EL BATALLÓN CHOTA, ordenando que los oficiales y tropa pasen a otros batallones, entre ellos al Batallón Paucarpata Nº 19, Manco Capac Nº 81 y otras Unidades. Esta actitud de Iglesias originó la desazón de los combatientes chotanos. Pese a todo, y debido a su acendrado patriotismo, los chotanos combatieron heroicamente en San Juan y Miraflores, en donde unos perdieron la vida y otros terminaron gravemente heridos.

La relación de los chotanos que combatieron en San Juan y Miraflores y todo lo relacionado al Batallón Chota en Lima, están detallados en el libro CHOTA HEROICA, GUERRA CON CHILE; sin embargo, en esta ocasión publicamos 3 nuevas biografías, cortas pero muy elocuentes:

DAVID LEÓN:

Teniente de Artillería, egresado del Colegio Militar (así se llamaba la Escuela Militar). En el libro "Los Mártires de la Patria en la Guerra Provocada por Chile en 1879", editado por la Tipografía M.E. Terrones, año 1,925, en la página 72, dice:

LEÓN DAVID, teniente de artillería, natural de Chota, de 24 años. Habla sido uno de los más distinguidos alumnos del Colegio Militar, en que hizo estudios de aquella arma. León poseía en alto grado las cualidades de un buen militar: inteligente, pundonoroso, firme y abnegado. El 13 de Enero estaba en Lima enfermo, oye los disparos, se lanza a la calle, coge el primer mulo que encuentra, y en pelo cabalga, llega a Chorrillos cuando la derrota del centro se había producido, sube al morro, a la dotación de cuyas baterías pertenecía, llega al pie de su pieza y un proyectil enemigo cortó el hilo de su vida. Historia corta pero hermosa!


AMBROSIO CORONEL BUSTAMANTE

Combatiente Chotano en las batallas de San Francisco, Tarapacá, Tacna y Miraflores.

Para nosotros fue una sorpresa encontrar en el Archivo Militar un Legajo con el nombre de un chotano que combatió en todas las batallas del sur: Sgto. 2º AMBROSIO CORONEL BUSTAMANTE.

Sabíamos de los chotanos que pelearon en la campaña de Lima, los que combatieron en el centro y norte del Perú, mas no de este paisano nuestro que creemos fue el único chotano que peleó en el sur . A continuación, en fotocopia la solicitud que presentó Ambrosio Coronel el año 1913 y también un certificado del Coronel Manuel Gallardo que fue jefe de Ambrosio Coronel.

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Sgto. 2º Ambrosio Coronel Bustamante

 

 

 

 

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La gestión de Ambrosio Coronel Bustamante tuvo resultados positivos, aunque demoró mucho: el 20 de abril de 1920 (después de 7 años) el presidente del Perú Sr. Augusto B. Leguía, firmó la Resolución concediéndole una pensión mensual.

 

MANUEL B. CASTRO

Al organizarse el batallón Chota en abril 1879, se encontraba desempeñando el cargo de médico provincial el Dr. Manuel B. Castro, quien se presentó de inmediato a ocupar el cargo de Médico Cirujano del batallón Chota. Durante el trayecto del batallón hacia Lima atendió los problemas de salud de los combatientes procurando que su salud sea estable sin complicaciones. Estando en Lima, organizó el Servicio de Sanidad del Batallón Chota con personal de tropa, administrando un pequeño botiquín de primeros auxilios, ya que, no había otra entidad militar que se encargue de este importante servicio. Al desactivarse el batallón Chota Nº 7, el doctor Manuel B. Castro por sus méritos profesionales y por su patriotismo, fue nombrado Jefe del Servicio de Sanidad del Ejército del Centro, y en esa función militar atendió a cientos de soldados heridos en las Batallas de San Juan y Miraflores, con un gran desempeño y que permitió el reconocimiento de sus jefes, entre ellos el entonces Coronel Andrés A. Cáceres.

En esas batallas el doctor Castro tuvo un trabajo agotador, desinfectando heridas, cociéndolas, extrayendo balas, entablillando fracturas de piernas y brazos de los soldados heridos, ayudando a los moribundos. ¡Qué misión tan hermosa!

Ocupada Lima, por los chilenos, el Dr. Manuel Castro regresó a Chota y, lo encontramos, firmando el Acta de Chota en febrero de 1882, protestando contra Lizardo Montero y Miguel Iglesias.

En el libro “Médicos y Farmacéuticos en la Guerra del Pacífico pág. 82 dice:

“Numerosos médicos cirujanos, farmacéuticos y practicantes de medicina y farmacia integraron los cuerpos de sanidad de los ejércitos nacionales. El cirujano Jefe Dr. Casimiro Ulloa, hacía las propuestas del personal, quedando sujeta a la aprobación del Jefe Supremo. En abril de 1880 se constituyó el cuerpo de sanidad del ejército del norte del modo siguiente:

- Cirujano de Primera Clase: Dr. Manuel B. Castro

- Cirujano de Primera Clase: Dr. Fidel Díaz

- Cirujano de Segunda Clase: Dr. Carlos Toniz

Debemos agregar que las categorías de los médicos militares aquellos años fueron:

- Cirujano Mayor

- Cirujano de Primera Clase

- Cirujano de Segunda Clase

El único cirujano Mayor fue el Dr. Casimiro Ulloa, de tal manera que aquí tenemos, a nuestro paisano Dr. Manuel B. Castro como Jefe del Primer Servicio de Sanidad de nuestro ejército – 1880.

Es posible que todos los médicos cirujanos chotanos con apellido Castro que conocí son descendientes de este gran patriota y fueron estimulados por su ejemplo para seguir la profesión médica. Aquí los nombres:

Dr. José Santos Pérez Castro

Dr. Eduardo Delgado Castro

Dr. César Sánchez Castro

Dr. Alfonso Sánchez Castro

Vicente Sánchez Castro Ing. Químico

De este modo concluyo mi homenaje a los chotanos que combatieron en San Juan y Miraflores, recordándolos con el más intenso sentimiento de chotano agradecido.

¡GLORIA A TODOS ELLOS!

¡VIVA CHOTA!

¡VIVA EL PERÚ

 

 

 

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Libro: Chota Heroica – Guerra con Chile

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me dejo sin palabras su articulo señor Segundo Rojas, pero a la vez, con una gran motivacion de sentirme peruano...gracias!

Anónimo dijo...

Que buena narrativa, impecable, señor segundo...articulos como el que publica insentiva a querer mas a nuestro pais....

Unknown dijo...

Gracias por la info

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