24.9.12

Conozcamos el puerto “Los Taques”

 

CONOZCAMOS EL PUERTO

“LOS TAQUES”

EN LA REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA




Por: Segundo L. Rojas Gasco 

 



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EL PUERTO “LOS TAQUES”

Mi sobrino, el Señor Segundo Wilfredo Silva, radicado en la República Bolivariana de Venezuela hace varios años, me ha remitido con la bella dama venezolana Maribel Biarreta, un libro pequeño en cantidad de páginas, pero muy grande en expresiones vivas y elocuentes sobre la geografía, historia, literatura, folclore, y todas las manifestaciones del quehacer humano que se desarrollan en la ciudad llamada LOS TAQUES, ubicada en la península de Paraguaná, Estado de Falcón.

El libro lleva el título LOS TAQUES, Puerto hacia el progreso.

El autor es JUAN DE LA CRUZ ESTEVES, un laureado escritor venezolano que nació, precisamente, en la población del HATO de la península de Paraguaná.

Para nuestra información geográfica debo mencionar que el Estado de Falcón está en el noroeste de Venezuela y de un extremo de este Estado emerge la península de Paraguaná. Esta península por el lado este está bañada por las aguas del Mar Caribe y por el lado oeste por las aguas del Golfo de Venezuela.

Al leer el mencionado libro, encuentro mucho parecido de la vida que transcurre en Los Taques con la de nuestros compatriotas del litoral norteño (Tumbes, Piura, Lambayeque, Trujillo, Chimbote), gente buena, generosa, trabajadora, alegre, sin odios ni avaricia, gente sencilla.

Por eso he decidido copiar literalmente del libro, dos párrafos que se refieren a:

1. Historia de Los taques

2. Literatura de Los taques


____________________

1. HISTORIA


LOS ABORÍGENES
LA CONQUISTA. LA COLONIA



La llegada de los españoles —en el último año del siglo XV y en los primeros del siglo XVI—, la costa occidental de Paraguaná la poblaban los indios amuayes y guaranaos, pacíficas y laboriosas tribus de la gran familia caquetía.

Su actividad principal era la pesca y como este recurso lo tenían en abundancia, llevaban una vida sedentaria, pero no aislada de sus vecinos del centro de la Península, con quienes mantenían un activo trueque de pescado por productos de la tierra.

Gente buena y alegre, sin odios ni avaricia, conforme con el parco "moler de su molino", estos indios siempre disponían de tiempo para la limpia expansión festiva y en las fechas indicadas en su calendario religioso, a horas tempranas de la noche, en torno a la difusa iluminación de las fogatas y al calor estimulante del vino de cocuy, con genuina devoción cumplían con sus ritos danzantes, amenizados con música de caracolas y cuernos perforados, mientras en la barbacana, sobre crepitantes brasas, se asaban las gordas piezas de ciervos matacanes.

Sólo cuando se presentaban prolongadas sequías y sus jagueyes y cacimbas se agotaban, solían trasladarse a sitios cercanos donde hubiera agua, y entonces, temporalmente, sin abandonar del todo su asiento habitual, se dedicaban a practicar algunos cultivos de maíces y tubérculos que junto al pescado constituían la base de su alimentación.

Expertos en la fabricación de sus enseres de trabajo, de hueso labraban arpones y anzuelos, y de las hojas del teco (bromelias) o de la corteza de la sibucara extraían fibra resistente para sus nasas y redes.

Tenían, pues, estos primitivos pobladores un armónico modo de obrar para proporcionarse una existencia sana: sin prisa para gozar de la abundancia ni sobresaltos por las eventuales carencias que pudieran ocurrir.

El desacomodo, la alteración de este sosegado vivir comienza con la llegada del ambicioso europeo, deslumbrado por la desmedida propaganda que circulaba en los puertos sevillanos y en las Antillas sobre la existencia de un sur fabuloso de oro y perlas.

Y la ventaja de este mar de aguas quietas y profundas que no oponía obstáculos para que recalaran los ventrudos navíos de la Conquista, determinó la preferencia de las expediciones invasoras por estas costas.

De ahí en adelante, los nativos perdieron su tranquilidad y padeciendo toda clase de penalidades se vieron obligados a esconderse en los más apartados bosques, tratando de ponerse a salvo de tan siniestros huéspedes.

La primera visita "descubridora" del hispano a Paraguaná, fue la de Alonso de Ojeda: el nueve de agosto de 1499 ancló su carabela en la bahía de Bajabaroa, cerca del promontorio que él bautizara con el nombre de Cabo de San Román.

Y será tres años más tarde cuando el osado marino conquense, en su segundo viaje a América, vuelve a llegar a la Paraguaná de las perlas y los guanines ([1]); esta vez arrió velas y echó anclas en la Punta de Los Taques el 3 de mayo de 1502.

Esta segunda expedición, que era de cuatro buques y ciento treinta y dos tripulantes, había salido del puerto de Cádiz en enero de ese año. (Los cuatro barcos expedicionarios, uno era el llamado Santa María la Antigua y pertenecía a García de Ocampo; el otro, el Santa María de Granada, era de Juan de Vergara, que lo capitaneaba; los dos restantes eran dos carabelas; la una, la Magdalena, capitaneada por Pedro de Ojeda, sobrino de Alonso de Ojeda, y la Otra, la Santa Ana, la gobernaba Hernando de Guevara, hermano de Juan de Vergara. Alonso de Ojeda venía en la nave principal, la Santa María la Antigua.)

Aquí en las playas de Los Taques, en el lugar que hoy se conoce con el nombre de "la explanada de los cuatro vientos", los conquistadores vararon sus navíos para reparar el desgaste de la larga travesía; y mientras algunos marineros, provistos de leznas y navajas, se afanaban en la operación de remendar velas y anudar vergas, los calafateadores, a punta de formón, se daban a la tarea de incrustar pegajosos hilachos de estopa y brea para reforzar la carenadura de los cascos.

Y fue aquí, también, en esta Santa Cruz de Los Taques, donde Alonso de Ojeda fundó una pequeña fortaleza que se ha considerado como el primer establecimiento levantado por los españoles en el continente americano. Esta tentativa de asenta­miento en tierra firme duró muy poco tiempo porque se produjo una rebelión encabezada por los tenientes García de Ocampo y Juan de Vergara, quienes desconocieron la autoridad de Ojeda, lo apresaron y, encadenado, lo condujeron a la fortificación de la Isabela en la isla de Haití de Santo Domingo.

Por esta razón quedó abandonada la incipiente fundación, de la cual hoy no se hallan vestigios ni se sabe el sitio en que estuvo ubicada. Pero el hecho histórico liga estrechamente lugar y personaje: Los Taques y Alonso de Ojeda como hitos de una etapa: el asiento de la primera tapia de mampostería como señal de la acción invasora, y el escenario de la primera sublevación en tierra americana: reflejo del espíritu levantisco del hispano.

En la ejecutoria del pleito contra Ojeda, dada en Medina del Campo (Valladolid) el cinco de febrero de 1504, se lee que esta pelea se debió a la tardanza del barco que fue de Los Taques a Jamaica a buscar pan; pero pudo haber sido otro el motivo del amotinamiento, quizás la resistencia de Ojeda en repartir el voluminoso botín que acumularon en sus correrías por el centro de la Península en cuyos poblados no sólo robaron los idolillos de oro de los lararios, sino también arrancaron a la fuerza las sartas de perlas que adornaban los cuellos de las cacicas y mujeres principales de las tribus.

Después de Alonso de Ojeda, y por los años de 1510 a 1512 vinieron las incursiones de los "negreros" Diego de Salazar y Cristóbal Guerra; estos desalmados mercaderes llevaron a cabo reclutamientos masivos de jóvenes indígenas para vendér­selos como esclavos a los dueños de las grandes plantaciones agropecuarias de las Antillas mayores: Jamaica, Cuba, Puerto Rico y Haití de Santo Domingo.

Pese a estas vicisitudes, los caquetíos de Paraguaná no se extinguieron totalmente como sucedió en Aruba, Curazao y Bonaire. Los de aquí, protegidos por los tupidos espinares, resistieron al exterminio y cuando cesó la atroz leva de indios por la intervención de Juan Martínes de Ampies, la diezmada población empezó a recuperarse lentamente.

En realidad, la esclavitud no desapareció: la mala hierba cuando se enraíza es difícil extirparla; lo que logró la mediación de Ampíes fue que se frenara el descaro, es decir, el sistema esclavizante se disfrazó con el mote de "servidumbre" y entonces empezaron a proliferar las "famosas" naborías ([2]).

Con este cambio, los métodos de sometimiento se suaviza­ron un poco y esto permitió a las tribus dispersas, a los contados que sobrevivieron de la depredación, volver a agruparse y a ubicarse en los lugares que antes eran de ellos o pertenecieron a sus ascendientes; y con las limitaciones y exacciones imperan­tes continuaron con sus hábitos de vida, pero siempre expuestos a los desafueros; recordemos que el pillaje volvió a recrudecer con la presencia de los Welsares.

En apretado compendio, hemos dado una visión aproxi­mada de las dificultades que tuvieron que afrontar nuestros primitivos pobladores en los tiempos de la Conquista y durante los tres siglos del Coloniaje.

 

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Faro de la Macoya. Un aspecto de la imponente atalaya que con su luz intermitente guía de noche a los bu­ques que entran o salen por el Saco de Maracaibo, y entran o salen por el Estrecho de San Román. Fue el primer faro marino instalado en las costas de Paraguaná (1925).




LOS TAQUEE
EN LA INDEPENDENCIA


Al comienzo de la guerra de Independencia, en enero de 1812, arribaron al puerto de Los Taques tres goletas con armamentos y contingente de 250 efectivos militares entre oficiales y soldados. La expedición la comandaba el capitán Domingo Monteverde y Ribas el isleño de tan ingrata recordación por su tenaz acción qué causó el derrumbamiento de nuestra Primera República (1811-1812).

Domingo Monteverde venía de Puerto Rico en auxilio del gobernador de Coro, don José Ceballos, quien había pedido ayuda a esa isla para emprender la ofensiva contra Caracas.

Las milicias de indios, al mando del cacique de Moruy, Tío Martín López de la Chica, que hacían rondas por el litoral, fueron las encargadas del recibimiento a Monteverde y en arreos de mulas trasladaron a Coro el armamento y otros equipos militares.

Pero, de ningún modo esta circunstancia se puede inter­pretar como demeritoria: toda la provincia en ese entonces era realista y Los Taques como punto estratégico que era, no podía escapar de una eventualidad como la señalada.

Lo mismo sucedió en diciembre de 1821, cuando el general Miguel de la Torre desembarcó en este puerto al frente de mil doscientos soldados—de los vencidos en Carabobo en el mes de junio— para someter a la Provincia que ese año en el mes de mayo había proclamado su adhesión a la Emancipación.

De igual manera el puerto fue utilizado en los primeros meses de 1823 por la Armada de Ángel Laborde para aprovisio­narse de carne y pescado. Laborde era el encargado de la defensa naval de Maracaibo y desde Los Taques la flota realista maniobraba a la entrada del Golfo.

Le tocaría al intrépido José Prudencio Padilla (el futuro Almirante) en el mes de mayo de 1823, desalojar a Laborde de sus posiciones de Los Taques con un acoplado hostigamiento, "a fuego vivo", combinado con acciones por mar y tierra.

Y desde aquí planificó Padilla la estrategia para empeñarse en la gloriosa Batalla Naval del Lago, cumplida el 24 de julio, que con la rendición de la plaza de Puerto Cabello en noviembre de 1823, dio al traste con la dominación de Francisco Tomás Morales en Venezuela.

(En la acción efectuada del ocho al catorce de mayo, acompañaron a Padilla un buen número de marinos nativos de Los Taques que tripulaban las dos goletas propiedad de don Nemesio Ocando, patriota paraguanero que desde 1821 puso sus dos barcos al servicio de la causa emancipadora.)

En la bajada de la terraza de Los Taques hay un monumento que recuerda este hecho.



2.
LITERATURA

¡BIENVENIDOS
A ESTA TIERRA DE GRACIA!...


Por la inagotable variedad de su paisaje, Paraguaná es una tierra "como para comérsela", dicho sea con una elocuente expresión lugareña. Aquí todo invita a sentir la belleza. Ese generoso mar, opulento de espumas, a toda hora lava, pule y da brillo con su suave oleaje la tibia colcha de arena de sus extensas y preciosas playas.

Ese magnífico cielo que de noche luce todas sus estrellas y la maravilla de unos intensos plenilunios, durante el día nos regala infinita claridad con su sol taumaturgo: incansable fabricante de miríficas auroras en cada amanecer; a la hora cenital nos encandila con sus reverberantes espejismos y en los atardeceres se desmaya, a ras del horizonte, entre pinceladas bermejas y lilas.

Y esa brisa traviesa que nos hace cosquillas en la piel y nos despeina los cabellos con sus dedos impalpables...

Y esa sensación de suavidad, de levedad, que percibimos ante la hierba que sé mece, o el pájaro que pasa o la espuma de las olas que desgaja en flecos irisados.

Y ese olor a algas, que sabe a gloria...

Pero, sobre todo, es la bondad de su gente la virtud más atrayente de esta tierra. Y por eso, Paraguaná es una mano siempre tendida, que se abre cordial, estrenando escaleras de amistad.


a)
MITOS Y LEYENDAS

La Joven que se Convirtió en Sirena

En la aldea de "Los Pozos" hay una casa de campo denominada "La Sirena". Linda la casa y de sólida construcción: gruesas paredes de mampostería, techo de tejas y piso de ladrillos rojos, señal de que sus fundadores eran gentes pudientes. Indagando de los vecinos longevos alguna noticia acerca de ese nombre tan inapropiado, porque el lugar está distante del mar, obtuvimos la siguiente versión:

Hace un pocotón de años entre las dispersas casonas del campo paraguanero había distancia de leguas de una a otra casa; por esta razón, entre las familias moradoras existía un escaso trato vecinal; pasaban semanas y hasta meses sin visitarse, y no por falta de tiempo pues eran familias de cierta holgura económica y las ocupaciones domésticas las efectuaban criados y concertados. De manera que era un aislamiento sistemático, un arraigado modo de vida el que llevaba esta gente.

Rompiendo con esa tradición, una joven agraciada y vigorosa, amante de la vida al aire libre, acostumbraba montar a caballo y visitar las casas del contorno para compartir conversa­ción amistosa con los vecinos. Y por esta conducta la joven se granjeó el aprecio de toda la comunidad.

Pero un día la muchacha desapareció misteriosamente y por varios días nadie daba razón de ella, hasta que unos pescadores dieron la noticia de haber encontrado un caballo ensillado amarrado a un árbol en las playas de Jacuque. La bestia fue reconocida por los familiares de la desaparecida y ya no quedó dudas de que la joven murió ahogada en el mar.

El percance sucedió en Semana Santa y como hay la creencia de que está prohibido bañarse en el mar en los días santos, el insuceso fue considerado como algo pecaminoso.

De aquí arranca la leyenda de que la muerta, convertida en sirena, pasea de noche montada en un caballo por los alrededo­res de su casa natal.


b)
DIVERSIONES TRADICIONALES

La Parranda Navideña

En Paraguaná "la Parranda" constituía una de las más encantadoras manifestaciones con que el regocijo popular celebraba la Noche de Navidad. Los "parranderos", en horas tempranas de la noche, con acompañamiento de guitarra y tambora, paseaban por el pueblo visitando las casas de familia para llevar el saludo pascual en la gracia saltarina de sus coplillas.

La parranda paraguanera tiene gran parecido en su aire melódico con la jota canaria, la isa.

Un grupo, en número no mayor de cuatro, formado por personas de cierta edad y muy respetuosas, llegaba a cada puerta y durante un rato se escuchaban cantos alusivos a la festividad:


Es noche de pascua,

noche de alegría,

y ésta es la parranda

que su hogar visita.


Esta noche alegre

de Paraguaná

nuestras voces piden

con toda humildad

que el Niño y la Virgen

con su alta bondad

a todos nos llenen

de felicidad.

iAy, naná... naná!


Y para elogiar la presencia de alguna agraciada joven que saliera a recibirlos, no faltaba, no podía faltar la delicadeza de una estrofilla:


Cojo la naranja,

la zumbo parriba;

la flor de esta casa,

¡qué viva, qué viva!

¡ay, naná... naná!


Ya lo dijo el poeta Jorge Manrique: todo tiempo pasado fue mejor... Y de aquella Paraguaná, tan llena de amoroso vivir, la sana alegría de la noche navideña a todos nos unía con lazos de bondad.

Verdaderamente, la paz era con nosotros: ¡era de nosotros!

Noche navideña de Paraguaná, ¡cuánto te añoramos!

¡Cuánto añoramos ese mundo sencillo de aquel tiempo candoroso cuando el Dios-Niño era el lucero que alumbraba la Noche de Navidad!


c) POETAS POPULARES

Don Ulises Oviol

Oriundo de Cabure, pero avecindado desde muy joven en la aldea de Pedregalito, donde formó numerosa y honorable familia, don Ulises Oviol fue uno de los componedores de versos más famosos por estos contornos. Compañero de contrapunteo de don Dimas Weffer, otro buen repentista de cimentada fama. Nuestra gente recuerda con cariño a estos fáciles cantadores de aquellas largas parrandas en que solían pasar noches enteras improvisando coplas, al calor de un buen cocuy, con acompaña­miento de sonora guitarra, derramando en abundancia sana y cordial alegría, la alegría de este afán de vivir, aun con el convencimiento de que:


Nadie en este mundo espere

vivir más de su vivir;

que a quien le toca morir

hasta en la botica muere.


Nos cuentan que una vez en las concurridas fiestas patronales de Los Taques, una joven hermosa luciendo un traje azul atrajo la atención de los presentes y alguien pidió a don Ulises una copla alusiva a la presencia deslumbrante de la agraciada joven.

Y don Liche improvisó:


Vestida de azul saliste

a competir con el cielo

y dejar el desconsuelo

en este corazón triste:

pobre pájaro sin vuelo

que tanto azul no resiste.


d) LAS DÉCIMAS

De Don Eulogio López consumado decimista:

El Bolívar de Cupón

La décima que sigue, estuvo en boga de 1929 a 1930, años en que la efigie del Libertador aparecía de propaganda comercial en las cajitas de fósforos y en los cupones que traían las cajetillas de cigarrillos.


I

Si Bolívar existiera

no vendieran su retrato

por un precio tan barato

como el de la fosforera.

Se lo venden a cualquiera

en cupón de cigarrillo,

un hombre de tanta fama,

y si alguno lo reclama

muere preso en el Castillo.

II

¿A dónde estará Simón

que nos dio la libertá?

Allá en el cielo estará

libertando otra nación.

A mí me da indignación

de presenciar cada rato

cómo rueda su retrato

que junto con la bandera

lo vende la fosforera

por un precio tan barato.


____________________
Como conclusión de este artículo debo rendir mi homenaje al escritor paraguanero JUAN DE LA CRUZ ESTEVES, por haberme presentado al Puerto Los Taques (recién lo conozco), de una manera armoniosa, cadenciosa, digo yo, capaz de hacernos vivir esos momentos gratos y sencillos por la naturaleza humana de esa gente tan alegre, que disfruta de las aguas azules del Mar Caribe y del Golfo Venezolano.

Desde aquí, brindo un abrazo muy afectuoso a Don Juan de la Cruz Esteves, porque sé que hombres como él, aunque no estén presentes físicamente, viven eternamente en el corazón de todos los que lo conocen.

Es propicia la oportunidad para invitar a los Paraguaneros a conocer el Puerto de Paita, ubicado en el Departamento de Piura, al norte del Perú. Allí encontrarán a sus amigos paiteños, y más aún, conocerán la casa donde vivió MANUELITA SAENZ, la compañera sentimental de nuestro Libertador Simón Bolívar.


[1] Guanine o guañine: nombre dado a un pedazo de oro bruto.

[2] Naborías se daba este nombre al grupo de indios que sin recibir paga, trabajaba en las haciendas de los colonizadores.

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